jueves, 14 de abril de 2011

Mi Pianista

         Una serie de eventos nos pusieron a los dos en la misma casa. Primero, mi mamá había decidido—hace unos años—ampliar la casa, por lo que la que antes era su habitación ahora se usaba de cuarto de visitas; segundo, sus padres habían salido de viaje y, pensándolo bien, jamás supe cual fue la verdadera razón de eso; tercero, mi madre era propensa a dar la mano a quien lo necesitaba, así que decidió que el chico de cabellos cobrizos y ojos verde esmeralda podía quedarse con nosotras.
            Y así fue como todo se convirtió en un juego entre él y yo.
           Por las mañanas siempre lo encontraba abriendo su puerta al mismo tiempo que yo decidía salir de mi habitación, cosa que, con el tiempo, supe que no era mera coincidencia. Él planeaba cada encuentro, quizá no con la meticulosidad que me imaginaba en una escena de genio malvado, pero lo hacía y eso era lo importante.          
        La primera opción por la que opté fue la de sólo ignorarlo, pero al no darme ningún resultado aparente, sino que al contrario avivó su interés, decidí seguirle la corriente lo cual resultó en un tira y afloja bastante divertido.
        Nos movía la emoción, la adrenalina pura de ser atrapados infraganti en cosas que parecían de lo más simples. Nos gustaba sentarnos en la sala mientras mi madre estaba ocupada trabajando o entretenida en un punto de cruz, quizá en un juego del periódico, para sumergirnos cada quien en un libro.
Me gusta leer, pero con Edward presente se hacía una tarea imposible concentrarse. Yo levantaba la mirada y él estaba mirando en mi dirección o viceversa, así que durante horas no era capaz de pasar del mismo renglón. Los dos éramos consientes de que aunque nos atrapara con esas miradas coquetas mi madre  no diría absolutamente nada, pero preferíamos divertirnos con la idea de que hacerlo sería aunque sea un poquito peligroso.

Edward era fan de hacerme reír en las situaciones que ameritaban de seriedad y, sobre todo, le encantaba ver cómo me derretía cuando me miraba con esos ojos de niño bueno. Como es claro, yo intentaba sostenerle la mirada, pero él siempre ganaba y yo terminaba con la vista clavada en el suelo mientras él reía sonriendo con su característica sonrisa de lado.
Y podrían pasar años, pero jamás olvidaré la noche en que, muy discretamente, abrió la puerta de mi habitación y se recostó un momento en la orilla vacía de la cama. Yo me hice la dormida. Él lo supo casi al instante, más no me puso en evidencia, prefirió mantenerse en silencio y hacer que me creía.
Me acarició el cabello, lo apartó de mi cara y besó mi mejilla con tanta ternura que sentí como esta se coloreaba mientras la comisura de mi boca luchaba por no hacerse en una sonrisa. Di gracias al cielo que estaba oscuro.
Después de eso vino la tremenda, y cabe mencionar espectacular, situación en que me metió un día mientras intentaba no quemar la cocina.
Estaba vigilando unos brownies en el horno cuando llegó por detrás y me rodeó con sus brazos por la cintura mientras hundía el rostro en mi hombro e inhalaba profundamente.
—Me gusta como hueles ¿te lo dije ya?—susurró levemente dejando que su cálido aliento me rozara el cuello.
Cómo es lógico no pude más que tartamudear en respuesta y es que mi preocupación estaba más lejos de que el postre se quemara, era el hecho de que pudiéramos tener público lo que me mantenía alerta y completamente tensa entre sus brazos.        
Era domingo y, como buen domingo, los hermanos de mi mamá y sus hijos estaban en casa. Uno de los sillones de la sala de estar estaba en un ángulo diferente al que normalmente para hacer más espacio y poder sentarnos todos juntos, desde esa posición con tan sólo echar la cabeza un poquitito hacia atrás era suficiente para ver toda la escena que se armaba en la cocina: mi pulso acelerado y mis intentos fallidos de deshacerme del amarre de los brazos de Edward. 
Aunque, por lo visto, Edward aun no lo consideraba lo bastante divertido.
De un momento a otro me giró y esta vez me atrapó entre la barra y su cuerpo. Sus labios trazaron un camino continuo desde mi frente hasta mi mandíbula, dejándome lo bastante anonadada como para poder detenerlo cuando se propuso algo un nivel más arriba.
Se separó y volvió a acercarse lentamente. Yo sabía lo que estaba por pasar: sus labios apresarían los míos en un abrir y cerrar de ojos, sin permiso alguno, y no podría detenerlo aunque quisiera hacerlo, que no era así, porque sus manos ya aprisionaban mis muñecas en el pequeño espacio que existía entre su pecho y el mío.
Ya no pensaba, ya no era consciente de nada que no fuera su aliento y el mío entremezclándose como uno sólo. Si hubiera tenido la oportunidad le hubiera rodeado el cuello con mis manos, pero jamás pude hacerlo porque jamás llegó a besarme ese día.
Justo en el momento épico de nuestra telenovela personal entró una de mis primas, la más pequeña, a pedirme la cuchara del chocolate y fue eso lo que hizo que Edward se apartara de repente. Por suerte, la niña era lo suficientemente inocente como para no mal interpretar lo que había visto, pero, sobre todo, no le pareció lo bastante interesante par írselo a contar a nadie.
Pero, sin duda alguna, lo que más me gustaba, más que cualquier otra cosa de compartir el mismo techo con Edward, eran sus conciertos nocturnos de piano. Y me encantaban porque yo sabía que él tocaba para mí.
Cuando me disgustaba con él, tocaba canciones melancólicas de “lo siento”; cuando solamente quería hacerse notar, interpretaba cualquier canción lenta que pudiera ayudarme a dormir. Incluso había compuesto una nana, nostálgica y alegre al mismo tiempo, que tocaba solamente cuando planeaba colarse en mi habitación ya bien entrada la noche a observarme dormir. Era como un idioma predeterminado entre nosotros: deja la puerta sin seguro.
Poco a poco decidimos hacer excursiones fuera de la casa sólo él y yo. Caminábamos durante horas, a veces hablando de todo u poco y otras en completo silencio porque las palabras no eran necesarias para ir en la misma sintonía, nos bastaba con el rítmico vaivén de nuestras manos entrelazadas.
El día que se fue… Por un instante se convirtió en uno de los más tristes de mi vida, no precisamente por el hecho de no volverlo a ver, ya que vivía a dos cuadras de mi casa sino porque ya no lo tendría las veinticuatro horas del día sólo para mí. Ahora tendría que compartirlo con el resto del mundo y era una idea desagradable sólo pensarlo.
Lo vi recoger sus cosas: guardar minuciosamente su ropa dentro de las maletas; quitar su cepillo de dientes del lugar al lado del mío; tomar su libro de partituras que dormía, cansado de tantas noches de música, sobre mi piano.
Podría decirse que cada movimiento que daba me entristecía cada vez más, quería tener el poder de encerrarlo ahí conmigo para siempre. Quería escuchar su voz mientras se daba una ducha, quería respirar su fragancia por cada rincón de la casa, quería encontrarme con sus camisetas en el piso del baño. Lo quería, sí, lo quería a él.  
            Y esa mañana de despedida justo cuando estaba a punto de echarme a llorar en sus brazos y suplicarle que no se fuera, me susurró al oído las palabras que echaron a volar mi sentimiento de abandono rápidamente: Nos vemos en una hora.
            Esa tarde cuando lo vi, supe que jamás en la vida lo debería irse de nuevo así tuviera que seguirlo hasta el fin del mundo o convertirme en su sombra, porque él se había convertido rápidamente en mi confidente, en mi amigo, en mi pianista favorito. Su compañía era lo que más me había hecho sentir completa, alegre y viva en un largo tiempo.  A su lado me era imposible parar de sonreír.
            Él me levantó mientras me abrazaba dejándome sentir el delicioso calor que emanaba su cuerpo. Al instante busqué sus labios y lo besé. Edward se congeló un momento por la sorpresa, pero reaccionó y me devolvió el beso mientras sonreía.
            Una vez que tuve los pies en el suelo, literal y metafóricamente, pude escuchar de su boca unas palabras que conforme se abrieron paso se fueron grabando en mi mente.
— Es que al fin comprendiste que es a mi lado dónde perteneces?
Así que eso era lo que pensaba. Justo lo mismo que yo, pero él se había dado cuenda mucho antes. Chico listo.
           —Sí, por fin me ha quedado claro—respondí y volvimos a lo nuestro. 
                                                                         ***
¡Awww mi Edward! Lo adoro y por eso me es imposible no ser cursi cuando escribo sobre él :D 
Se los dejo para que sigan comentando :) 
-Cherry 

8 comentarios:

  1. awww que hermosoo!
    fue tremendamente tiernooo!
    arrgg me he enamorado :P

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  2. awwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww}me encanto el capitilo estuvo hermoso
    escribe mas de este genero me encanta!!
    besos,,,

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  3. OOHHHH!!!!! SE ACABA EL MUNDO!!!!!!!! ELII VOLVIÓ A PUBLICAR!!!! Eso se merece aplausos ;D mira que ya estaba planeando lo de la cooperativa XD Pues esta hermoso el shot, ya lo había leido... y no te enganches... tus poros desbordandan cursileria por doquier!!! ya estoy acostumbrada :D

    Vamos... Publica pronto... (en todos los blogs :P keke) Muy Lindo el diseño del blog *-* y la imagen de cabecera esta hermosa :D (como no, con Edward ahí) Vale.. ya dejare de decir estupideces...

    Cuidate!! tkm!!

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  4. Awww!! Chicas Que Bien que les gusto!!! No saben que feliz me pongo cuando llego y 3 comentarios ^^
    HERMOSO!! GRacias!!
    Las Mega Quieroo ;)

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  5. Apoyo a Susan hahahahahah
    Me encantooo
    Wow ,enserio es hermoso este Fic
    y qien no qisiera tener a Eddward en tu casa 24 horas ???
    Impresionante!
    Siige asiii Elii
    Besos
    Tkm
    pd.Chupo,muerdo y mastico xD

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  6. Gracias de nuevo!!! Jajaja nada mas cuidado con a quien muerdes !!!

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  7. Hola!!! xDD. YO no lo pillé...xDD. Bueno, que sepas que no es muy cursi. Está muy bien. Los he visto mucho "peores" (míos u.u). Me encantó lo de "...de cabellos cobrizos y ojos verde esmeralda...".
    SIgue escribiendo, porfa!!!

    Muchos Besos

    Cali Axfer (del blog nubesdeverso.blogspot.com)

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  8. Anónimo30/1/13

    Q linda histórica ByCherry
    K=D loves ya

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