martes, 15 de mayo de 2012

Scream


 
“… Y el espanto profundo de tener como espejo
único esos ojos de vidrio, esa niebla
en que se cruzan los muertos. Ese
es el precio que pago por mis alimentos…”


         La luz se ha escondido en algún lugar tras aquella puerta de hierro dejándome totalmente a ciegas. Siento como mis piernas se adaptan lentamente al suelo frío y áspero, siento como si mi sangre corriera más lento y entonces me doy cuenta de que la temperatura es insoportable.
         Dentro de mi cuerpo se acumulan la desesperación, la adrenalina y todo se estanca en mi garganta impidiéndome dejar escapar sonido alguno.
         Me dejo caer rendida contra la pared, no sé porque, pero hay una sensación de cansancio y pesadez que me invade de a poco y se abre un lugar cada vez más profundo. Es como sentirse perdida, sin esperanza alguna de poder escapar de las sombras que me rodean, como si, de repente, algo me faltase.
         Mis manos empiezan una carrera frenética por la pared. Buscan algo de que asirse, alguna señal que me permita saber donde me encuentro… Algo, cualquier cosa. De pronto me doy cuenta de que una extraña sensación cubre mis palmas, pareciera que la pared transpira de miedo igual que yo. Tiemblo de pánico al darme cuenta de que no es la pared sino yo la que tiene aquel líquido pegajoso esparcido por la extensión de los brazos.
         A pesar de la ausencia de luz, puedo adivinar con facilidad el color de aquella sustancia con sólo acercármela al rostro. Y me aterra la imagen que aparece en mi cabeza al instante.
         Comienzo a buscar a mí alrededor, gateo por el espacio mientras siento como los surcos en el piso rasgan mi piel marchita. De repente mi estómago sufre un giro de trescientos cincuenta grados cuando un grito agudo me traspasa los oídos y se queda vibrando dentro de mi cabeza. Automáticamente me cubro en un intento de sofocar aquel espantoso ruido, mi piel se eriza y a mi corazón lo siento detenerse por un momento.
Hay demasiado terror en aquel grito, tanto que puedo sentir como si fuera mi garganta la que se estuviera desgarrando por dentro. El alarido poco a poco va bajando el tono y, de un modo extraño, eso me provoca un sentimiento de angustia más fuerte del que me causo en su primera aparición.
Percibo una aspereza alrededor de mis cuerdas vocales e instantáneamente me pregunto cuándo fue la última vez que logré provocar algún sonido y, sorprendiéndome a mí misma, caigo en cuenta de que no puedo recordarlo.
Entreabro los labios, y me cuesta demasiado separarlos el uno del otro. Intento sentir el aire helado entrar en mi boca, pero es como si estuviera muerta sin sensibilidad, sin esperanza; vacía. Todos mis esfuerzos son reducidos a nada en el segundo que de mis labios sólo es capaz de brotar un gemido tembloroso y patético.
—Cálmate—susurra una voz desde las tinieblas—Conseguirás llamar la atención y, créeme, eso ni a ti ni a mí nos conviene.
Sin previo aviso, una mano tibia y rasposa me roda el tobillo y me obliga a calmarme. Estoy ya demasiado asustada como para siquiera sobresaltarme o protestar, así que me dejo manipular como una muñeca hasta que logro sentir el calor de otro cuerpo a un lado del mío.
Alargo las manos hasta que me topo con un rostro masculino, lo reconozco porque el vello facial pica en contacto con las yemas de mis dedos. Instantáneamente me pregunto cuánto llevará ahí, y me aterro al pensar en pasar un solo segundo más en este lugar.
Mis manos siguen el rastro de su mandíbula y de ahí bajan, sin razón aparente, hasta su cuello donde se detienen en seco, ya que él protesta.
—Cuidado—gruñe—Al igual que la sangre en tus manos, mi cuerpo tiene su propia huella—dice con una voz tan suplicante que me obliga a apartar las manos rápidamente.
Nos quedamos en silencio durante unos minutos en los cuales intento asimilar esta realidad a la que no sé cómo llegué y de la cuál comienzo a dudar que pueda salir.
Quiero preguntarle a él, porque algo me dice que tiene las respuestas que necesito que, de alguna manera, sabe todo lo que yo ignoro y que podría ser decisivo entre la luz y la oscuridad.
—Odio eso—susurra, y no estoy segura si habla consigo mismo o se dirige a mí. De cualquier manera me callo porque no creo que mi garganta soporte mucho más—Ese olor a sangre y muerte. Su perfume personal, la fragancia de superioridad que llevan impregnada hasta en los ojos vidriosos con los que te miran, con los que te traspasan y que son lo último que vez antes de…
No pudo seguir porque otro grito agónico hizo su aparición, era como su fuera el muro el que gritaba, parecía que aquel terror estaba justo a un lado de mí o que me trepaba por la espalda erizando mi piel.
Me hago pequeña y él me rodea con sus brazos. Aquel inusual abrazo disminuye el sonido, pero aún queda el suficiente como para darle rienda suelta a mi imaginación que piensa en las posibles causas de aquellos gritos desgarradores.
Me estoy quebrando por dentro, ansío que el momento en que el espantoso grito se detenga, quiero que la agonía de aquella mujer tras el muro se termine. Piedad, por favor.
Se detiene después de un largo rato, por fin su cuerpo descansa y con el también el mío que se desconecta, exhausto, de la pesadilla en la que estoy viviendo.
— ¡Despierta!—suplica apremiante el chico que hasta ahora me había acompañado.
— ¿Qué?—logro contestar entreabriendo los ojos sin poder hacer diferencia entre la oscuridad de la habitación y la que me cubría detrás de los párpados.
—Vienen por nosotros—murmura cerca de mi oído.
El tono que usa pone alerta en mis sentidos y ambos nos incorporamos arrinconándonos contra la pared como si, por ese simple hecho, pudiéramos pasar desapercibidos. Me aprisiona contra el muro y cubre con su cuerpo mi diminuta y frágil figura.
Entonces lo escucho, ese suave ronroneo que hace eco en las paredes, esa clara señal de muerte. La fragancia.
La puerta produce un rechinido agudo que no sirve más que para aumentar el latido de mi corazón y, como ya predijera lo que estaba por ocurrir, de mis ojos brotan un par de lágrimas furtivas que se congelan antes de llegar a mis labios.
Una risa irónica se esparce por la habitación, a esta la siguen algunas otras, todas con el mismo filo helado que corta el silencio y ahonda en mi pecho rompiendo la esperanza en pedazos diminutos que, por sí solos, no valen absolutamente nada.
Me aferró de la camiseta rasgada y sucia de mi acompañante, cierro los ojos y ruego para que mi agonía no sea eterna como la de aquella mujer de la cual, estoy casi segura, escucho el eco en el viento.
Y entonces se me es arrebatado mi único asidero, dejándome totalmente vulnerable a aquel perfume devastador y esos ojos vidriosos que me roban la vida.
Un leve haz de luz atraviesa el umbral de la puerta y, por un instante, me permite ver los ojos verdes llenos de miedo y las sonrisas complacidas que se pierden casi al instante, cuando el grito agónico, del que alguna vez fuera mi protector, rasga el silencio. 
_____________________________________

::Cherry::
*Para Dany, aunque me haya dicho asesina*