domingo, 29 de julio de 2012

Capítulo Uno "Piloto"


            Me quedo paralizada al ver la imagen ante mis ojos. Hay cuerpos desperdigados por todas partes, tendidos en la calle y banquetas de lo que alguna vez fue, quizá, un fraccionamiento de gente importante. Paredes y automóviles abandonados han sido bañados por sangre espesa que se ha empezado a secar con el sol de mediodía y cuyo olor penetrante me produce dolor de estómago casi al instante.
La podredumbre me invade hasta la conciencia y, de pronto, la sensación de debilidad ataca mis rodillas. ¿Qué pude haber hecho yo por ti?
            El brazo de Garrett me rodea la cabeza, cubre su mano con la sudadera color azul que lleva puesta y la posa delicadamente sobre mi nariz y boca dándome un descanso de aquel olor a muerte. Mi mente se despeja casi al instante y comienzo a hacer un gran esfuerzo por no pensar en que, mientras avanzamos hasta nuestro automóvil del otro lado de la acera, lo que estoy  pisando son partes de un ser humano al que se le ha sido arrebatada la vida brutalmente por mi acompañante.
            Intento controlarme y no vomitar, aunque realmente no es mucho el esfuerzo que hago pues llevo el estómago completamente vacío y, ahora que lo pienso, debe ser eso lo que me produce el intenso dolor de cabeza.
La noche anterior fue, sin duda, lo peor que he pasado en mucho tiempo.
Sigo avanzando por el pavimento de cuerpos con Garrett a mi lado durante minutos que parecen horas. El brazo del castaño soporta la mayor parte de mi cuerpo y, al mismo tiempo, encuentra la fuerza necesaria para seguir empujándome hacia adelante.
Una vez dentro del coche termino de quebrarme. Iremos a casa, sí, pero sólo llegaremos dos de cuatro que salimos la tarde anterior. No sé como lograré lidiar con las caras de William y Julian esta noche mientras reviva su muerte una y otra vez en mi cabeza, aunque tampoco sé como lidiaré con la fotografía mental de todas estas personas muertas a nuestro alrededor.
—Los mataste—susurro con apenas un hilo de voz rozando mis labios.
—No podía dejarlos llegar hasta nosotros, Amy—contesta Garrett a mi lado luchando por maniobrar de tal manera que no aplastáramos con la camioneta los restos de aquellas personas.
—Están enfermos, Garrett. Enfermos, no muertos—logro responder después de un rato cuando ya vamos por la carretera—No son lo que llamamos zombies, porque siguen vivos. Son personas como tú y como yo, sólo están enfermos—balbuceo mientras las lágrimas me llenan los ojos y me nublan la vista.
Repentinamente mi compañero pisa el freno hasta el fondo y la camioneta se detiene dando algunos rugidos.
Garrett me toma el rostro y me hace mirarlo a la cara. — Escúchame, yo le prometí a tu hermano regresarte a casa con vida—nota que estoy por protestar y aclara: — Sana, Amy. Sana, viva y en tus cinco sentidos, no como un vegetal. En algún momento, él me prometió lo mismo con Jill y no voy a fallarle porque sé que él hizo lo que estuvo en sus manos para salvarla cuando tuvo la oportunidad. —Garrett menciona a su hermana pequeña, pero no titubea—Y si yo tengo que convertirme en un asesino serial para cumplir mi promesa, lo haré.
En sus ojos veo que habla completamente en serio y me siento estúpida por haberlo juzgado de tal manera, pues él sólo planeaba salvar nuestras vidas. Después de todo ninguno pidió vivir en el mundo brutal que nos había tocado.
—Gracias, Garrett—digo y lo veo asentir.
Intento dormir, mis ojos y mi cuerpo realmente lo necesitan, pero mi mente se protege de los recuerdos y me impide hacerlo. Tomo el aparato reproductor que tengo escondido en el fondo de la guantera y me pongo los auriculares procurando olvidarme un rato de todo lo que ha sucedido. Casi al instante el cansancio gana sobre todo lo demás y caigo profundamente dormida.
Me despierta la fuerza de un brazo que me sacude levemente de un lado a otro mientras pronuncia mi nombre suavemente como si intentara no sobresaltarme, sin embargo sigo demasiado nerviosa y, contra sus intentos, me sobresalto dando un brinco en cuanto abro los ojos.
—Amy—susurra de nuevo Alex—Ya me tenías preocupado. Vamos, ayúdame porque no puedo contigo.
Me despabilo y, cuando salgo de la camioneta, me doy cuenta que estamos en la cochera del refugio. Un lugar con puertas reforzadas que se abren sólo desde el pequeño cuarto de control que tenemos en la torre de vigilancia, altos techos y una cubierta que no permite salir el ruido.
A un lado de la camioneta blindada y de vidrios ahumados que rescatamos del abandono en un sitio cerca de un banco están estacionadas dos líneas paralelas de coches y en el centro de la habitación descansan varios barriles llenos hasta el tope de la gasolina que poco a poco hemos podido rescatar.
Me tambaleo mientras camino con Alex, quien cojea todavía de su pierna derecha, mientras a mi lado pasan algunas personas con las cosas que hemos podido recolectar la noche anterior. Subimos uno apoyado en el otro hasta el primer piso del refugio y nos dejamos caer sobre uno de los muchos sofás que hay en esa habitación.
El refugio es uno de los cuarteles impenetrables que se fabricaron en los tiempos donde  la guerra había estallado y habían servido para proteger a la población, inicialmente habían funcionado bien, pero al correr de los días los suministros duraban más en llegar, ya que los encargados de mantener al mundo funcionando iban cayendo poco a poco con la enfermedad.
Varias personas prefirieron salir y vivir a su suerte antes que quedarse y observar como sus familiares morían lentamente a causa de la deshidratación o la desnutrición. Así fue como uno a uno todo el mundo se fue sumando a las largas listas de… enfermos.
La enfermedad se contagia por la sangre. Cuando enfermas tu cuerpo pierde la capacidad de mantener el calor y con el tiempo cualquier simple toque abre heridas sobre tu piel. Tus órganos se enfrían también: tu cerebro lo hace a tal punto que quedas aturdido con un dolor de cabeza semejante al que te da cuando comes cosas frías, pero más fuerte; a tu corazón le es imposible llevar el mismo ritmo y se pone cada vez más lento lo que te deja con un flujo de sangre parecido al que ocurre cuando duras mucho tiempo en una posición y después, cuando te mueves, te acalambras.
Al paso de los días las personas mueren por falta de alimento o su cuerpo colapsa  congelado por las noches, así es como poco a poco se ha ido acabando la población del mundo.
Mi padre era químico y luchó durante años buscando una cura junto con sus colegas hasta que la enfermedad tocó las puertas de su casa y mató a mi hermana Margaret, después cayó sobre mi madre quien se aferraba a intentar ayudar a su hija menor y así terminó contagiada. Después de eso ni a mi padre le quedaron esperanzas, así que nos subió a mi hermano y a mí en el automóvil y nos trajo hasta el refugio. Años después, ya anciano, enfermó de cáncer y murió con nosotros, sus hijos, a su lado.
Entierro la cara en el pecho de Alex esperando a que comience la avalancha de preguntas sobre Will y Julian, no sé cómo reaccionarán y por el momento no me importa. Sólo quiero silencio y una aspirina.
Al correr de los minutos las otras diecisiete personas que viven en el refugio terminan de vaciar la camioneta y se reúnen a nuestro alrededor lo más tranquilos que pueden al saber que viene una mala noticia. Garrett se deja caer en el espacio que queda en el sofá y pasa sus manos un par de veces por mi cabello antes de aclararse la garganta y comenzar a relatar lo que ha ocurrido. Yo abrazo a mi hermano y lo aprieto firmemente intentando controlar mis recuerdos, pero conforme el relato de Garrett avanza me es imposible no dejar que la noche anterior me atrape una vez más.
Habíamos formado un grupo para salir a buscar cosas indispensables que comenzaban a escasear en el refugio. Se escogió, como siempre, a los más jóvenes y con mejor salud para la tarea, quedando yo como segunda elección después de Garrett, ya que éramos de los pocos que cumplían con ambas características.
            En un principio Alex, quien se había lastimado un tobillo en la última salida y por lo tanto quedaba fuera del juego, se había negado por completo, pero al ver que sin mi quedaban sólo tres para tarea se vio obligado a ceder. Ir en números pares, esa era una regla. Así quedamos pues tres chicos, contando a Garrett, y yo.
Todo fue bien en los primeros tres pequeños establecimientos que visitamos, estaban completamente desolados y pudimos vaciarlos casi por completo, dejando de lado solamente las cosas que estaban caducadas o que consideramos inútiles.
            Garrett condujo un par de kilómetros más y fue ahí donde encontramos un departamental que llamó nuestra atención. El estacionamiento era amplio y, a la luz de la luna que comenzaba a tomar altura en el cielo, estaba completamente despejado. A Garrett le brillaron los ojos y automáticamente dio un giro cerrado con la camioneta para ir en dirección a aquel pequeño tesoro.
— ¿Y si adentro está invadido?—sorteé comenzando a liberar mis hombros de la chaqueta de cuero negro que Alex había puesto sobre mí antes de dejarme ir aun con los ojos bañados de preocupación.
—Lo dudo, aquí hace rato que debió agotarse la comida que pueden abrir y dudo que recuerden como usar un abrelatas—comentó Julian con quien compartía el compartimiento de carga de la camioneta blindada.
Me encogí de hombros y, mientras el auto se detenía justo delante de las puertas de cristal, aproveché para hacer un doble nudo en las agujetas de mis converse, ya que correr era la única ventaja con la que contaba ante uno de aquellos seres tan repulsivos con los que habíamos tenido que acostumbrarnos a vivir.
Garrett, Julian y William tomaron cada uno dos mochilas vacías del fondo de la cajuela, una o dos pistolas y un par de cartuchos; yo me limité a llevar una mochila lo bastante amplia para llevar una buena carga, pero que no me impidiera salir corriendo en caso de ser necesario.
Los tres chicos esperaron pacientemente a que sujetara con doble banda mi cabello para que no me estorbara ni entorpeciera mi visión. Si por mí fuera, lo hubiera cortado desde hace tiempo, pues intentar cuidar de él en un mundo donde lo que menos importaba tener a mano era un champú se había convertido un trabajo un tanto agotador. Sin embargo, Alex decía que le recordaba a mamá, antes de la tragedia obviamente, y era ese simple hecho lo que me había hecho mantenerlo igual de largo que siempre.
Los pisos del departamental estaban bañados en color borgoña y había pocas cosas sobre las estanterías principales, ya que casi todo estaba abierto y tirado en el suelo. Todo aquello era un claro vestigio del tiempo de caos, donde todos los que salieron de los refugios enfermaron casi al mismo tiempo.
—Separémonos voy con William y ustedes dos vayan juntos—dijo Julian cubriendo su rostro con el cuello de su camisa—Recuerden: sólo aquello que siga cerrado—concluyó y desapareció junto a su compañero por el pasillo de enlatados.
Escuché sus pasos alejarse y acallarse poco a poco, me sentí demasiado sola e insegura sin ellos ahí, así que me negué a bajar la guardia y comencé a caminar de espaldas a Garrett para que nada tuviera la oportunidad de atacarnos por detrás.
Apenas había pasado un cuarto de hora cuando nos topamos con una pequeña sección de fármacos, pasamos por encima del mostrador de vidrio y nos dividimos los estantes para vaciarlos lo más rápido posible. El plan era tomar sólo lo más importante para evitar congestionar las mochilas tan pronto, pero con algunas cosas simplemente era demasiado débil: dulces de miel, aspirinas y, sí, también una caja de pastillas para dormir.
—Repasa la caducidad, suelen tener mucha, pero por si las dudas. Nada de peso muerto—susurró Garrett y regresó a su tarea del otro lado de la estantería.
Revisé los frascos y cajas que ya tenía dentro de la mochila y después me dediqué a terminar mi parte del trabajo al doble de velocidad.
—Quiero salir de aquí pronto—me justifiqué cuando Garrett vio que ahora también trabajaba en su parte de medicamento.
Terminamos en la farmacia en poco menos de media hora y seguimos adentrándonos en los pasillos tomando un poco de todos los restos.
 La tienda se encontraba a oscuras salvo por unos tramos donde había lámparas palpitantes o tenues que habían logrado sobrevivir. Cada tanto mi pie pateaba algo en el suelo y me sobresaltaba a tal punto que casi pudiera jurar que mi corazón se detenía por fracciones de segundo. La sensación de ser observada me inundaba cada vez más conforme pasaba el tiempo, poniéndome tan ansiosa que me volvía torpe en la oscuridad.
—Busquémoslos para irnos, es suficiente—comentó Garrett a mi espalda ajustándose la segunda mochila sobre los hombros.
—De acuerdo—susurré en respuesta temiendo que mi propio eco resonara contra las paredes.
Nos dejamos guiar por una serie de lucecitas de donde se escuchaban los tenues pasos de nuestros compañeros. La luz provenía de los refrigeradores donde solían poner las carnes, pero, justo como habían predicho los chicos antes, no había más que envoltorios por todos lados.
No supe bien que pasó en el momento siguiente, lo único que recuerdo es escuchar un disparo, después de eso Garrett tiraba de mí para que corriera en la misma dirección por la que habíamos aparecido unos segundos antes. Di una leve vuelta con la cabeza antes de desaparecer por la esquina del pasillo y pude ver cómo, uno tras otro, aquellos monstruos de mis pesadillas salían por el cuarto de hornos que tenía la tienda para elaborar allí mismo su pan dulce.
William y Julian corrían y disparaban varios metros por detrás de nosotros en paralelo a una serie de pasillos. Una vez que nos alejamos lo suficiente, Garrett me arrojó entre dos estanterías y se detuvo para dar frente a nuestros perseguidores con el arma.
Me hice un ovillo en el suelo y cubrí mis oídos sin perder contacto visual con Garrett que se mantenía con los pies firmes sobre el suelo y sujetaba con una mano la otra para tener mejor apoyo.
No había tiempo para quebrarse, me repetí una y otra vez hasta que me hice a la idea de que o él los mataba o nos contagiaban a nosotros. Respiré profundamente y rebusqué en la bolsa delantera de la mochila donde, por reglas de seguridad, siempre había un arma extra. La tomé entre mis manos, aun temblorosas, pero no tuve tiempo ni de quitarle el seguro pues escuché algo del lado derecho del pasillo. Levanté la mirada y me paralicé.
Dos o tres… cosas, se aproximaban por el pasillo a gran velocidad y yo estaba prácticamente clavada en el piso. Buscaban el calor de mi cuerpo y posiblemente también uno de mis brazos les serviría de alimento después, no eran seres razonables sólo funcionaban por instinto y si este les decía que tenían hambre iban a devorar lo que tuvieran delante así fuera yo.
En el último momento, en la última fracción de segundo que tuve para reaccionar, la adrenalina corrió tan rápido por mis venas que me obligué a quitar el seguro, apuntar y disparar en un tiempo record. Claro, ni de lejos dio cerca de la cabeza, pero sirvió para aturdir un poco a mi adversario más próximo que cayó gruñendo y me regaló esos segundos que yo necesitaba para levantarme y comenzar a huir de sus compañeros que venían unos pasos por detrás.
Pasé junto a Garrett y lo jalé de la camisa haciendo que perdiera el equilibrio por un momento, momento en el cual también se giró y, antes de que yo terminara de plantarme para intentar disparar de nuevo, le dio el segundo disparo de la noche a mi primer contrincante, quien solamente tenía un rozón en el brazo izquierdo, y lo mató en el acto.
Me tomó por el brazo y comenzamos a correr. Literalmente corríamos por nuestras vidas. Los escuchábamos demasiado cerca como para detenernos siquiera a comprobarlo; casi podía sentir el frio y asqueroso aliento emanar de entre sus labios, podía sentirlo en mi cuello.
Entonces vi lo que era nuestra posible salvación. Una puerta de metal sólido que yacía entre abierta detrás de lo que alguna vez fue la pescadería de la sección de alimentos de la tienda, tenía una pequeña ventana con el vidrio roto en la parte superior que sí bien no era de lo más conveniente, pensé, era lo bastante pequeña para no dejar entrar a nadie. Ese era el congelador y nadie que tuviera la enfermedad iba a acercarse por mucho tiempo ahí.
Esta vez fui yo la que tomé a Garrett del brazo para guiarlo, apreté más el paso y, automáticamente, él lo hizo también. Mi respiración estaba fuera de control y sentía como si en vez de ir más rápido fuéramos descendiendo el ritmo, como si fuéramos en cámara lenta, como si el mundo quisiera detenerse para darnos tiempo.
Llegamos a la puerta y sentir el metal sobre mis dedos me supo a tocar el cielo. Deslicé mis dedos entre la abertura y abrí el pesado bloque haciendo fuerza. Jalé a Garrett, pero se resistió. Arrojó su cargamento dentro junto conmigo y cerró la puerta.
Garrett comenzó a disparar a diestra y siniestra, le llevó un par de intentos, pero finalmente logró deshacerse de los dos que me seguían desde el pasillo. Esperó alerta un segundo, otro y otro más. Yo, desde dentro, lo tenía sujeto firmemente por la camiseta y le suplicaba entre gemidos que entrara.
Entonces un grito agudo me recordó que era lo que él esperaba: William y Julian.
Se me erizó la piel de todo el cuerpo y me sentí débil, sin embargo, no solté en ningún momento su camisa, era como si el simple hecho de estar asida a él me mantuviera de pie, como si él fuera columna que evitaba que yo me derrumbara ante la idea de haberlos perdido.
Cerré los ojos con fuerza deseando con todo mí ser salir de aquel sitio. Sentí ese vacío, ese vacío que llega justo antes de asimilar que algo te falta y en ese momento fue cuando Garrett abrió la puerta y, después de echar el doble seguro, se dejó caer al suelo junto conmigo.
Nos arrastramos hasta el lado más apartado de la puerta y en una esquina nos encogimos juntos intentando calmar nuestras respiraciones. Él sofocó mis pequeños chillidos contra su sudadera azul y me abrazó firmemente mientras murmuraba entre mi cabello que todo estaría bien. Por primera vez en mi vida, no podía creerle.
—No había nada que hacer Julian no apareció y William llevaba un arañazo en el brazo—me dijo Garrett al oído. Fuera se escuchaban todo tipo de cosas que hacían volar mi imaginación en las direcciones más terribles y, después de unos segundos, me obligué a dejar de escuchar.
Afortunadamente en aquel congelador había otra salida, una puerta que daba a la zona de descarga y así logramos salir de aquel lugar. Sin embargo, la calma fue sólo por un momento porque el ruido que habíamos hecho con los disparos había atraído a más y más de aquellas pesadillas. Así que antes de que lográramos abandonar por completo el estacionamiento estábamos rodeados por unos veinte.
Garrett se las ingenió para avanzar entre ellos y perderlos de vista por un rato, pero sabía que iban a seguirnos y no podíamos llevarlos hasta el refugio.
—Dejaremos la camioneta por aquí y saldremos a pie para alejarlos de los suministros—dijo él aparcando cerca de una hilera de árboles que marcaban el inicio de una serie de casas.
—Seremos carnada—aclaré comenzando a sentir el cuerpo temblar, pero aun así me bajé de la camioneta y lo seguí después de tomar una mochila que me dijo nos haría falta.
Forzamos una puerta y nos metimos en una de las elegantes propiedades, la revisamos de pies a cabeza y movimos varios muebles para atrancar la puerta principal y las ventanas del primer piso. Subimos las escaleras hasta el segundo piso y después otras que estaban tras la puerta del final del pasillo que llevaban al tejado.
Garrett abrió la pequeña maleta que yo traía entre las manos y descubrió un arsenal completo lleno de armas y cartuchos a lo que me encogí.
—Baja si quieres, sólo no te duermas—dijo al ver mi reacción, sin embargo no le hice caso y me dejé caer sobre el suelo abrazando todo mi cuerpo.
Poco a poco nos rodearon de nuevo, pero Garrett lo mantuvo bajo control. No dejaba que siquiera cruzaran la línea de árboles cuando ya les había pegado un tiro, así se me fue toda la noche contando disparos.

            —Lo que más preocupante suena es la cantidad con la que se toparon—dice Josh uno de los mayores dentro del refugio.
—Perdimos a William y a Julian y lo más importante es la cantidad ¡Claro!—digo con sarcasmo.
—Amy, suelen morir en las primeras noches porque no resisten el frío que se cargan más el clima de un invierno como este.  Si ustedes se encontraron con tantos quiere decir que se están haciendo más fuertes o más listos y ninguna opción nos conviene, ya que esperábamos que hubiera un momento en que la naturaleza acabara con ellos.
—O sea, esto podría empeorar—digo y me aterro de mis propias palabras.

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Bueno, antes que nada, esto es algo que comencé un día de esos pensando en lo mucho que me fascinan los zombies (no pregunten por qué.. sólo soy algo freaky) Me gusta, pero no soy muy constante con lo que escribo así que aunque no les aseguro si tendrá o, en todo caso,  si podré darle una continuación a esta historia... Espero que la disfruten y me comenten :) 

Besos... ::Cherry:

*Para Mariana y Ana por sus comentarios y por aguantarme en estos días*