Una serie de eventos nos pusieron a los dos en la
misma casa. Primero, mi mamá había decidido—hace unos años—ampliar la casa, por
lo que la que antes era su habitación ahora se usaba de cuarto de visitas;
segundo, sus padres habían salido de viaje y, pensándolo bien, jamás supe cual
fue la verdadera razón de eso; tercero, mi madre era propensa a dar la mano a
quien lo necesitaba, así que decidió que el chico de cabellos cobrizos y ojos
verde esmeralda podía quedarse con nosotras.
Y
así fue como todo se convirtió en un juego entre él y yo.
Por
las mañanas siempre lo encontraba abriendo su puerta al mismo tiempo que yo
decidía salir de mi habitación, cosa que, con el tiempo, supe que no era mera
coincidencia. Él planeaba cada encuentro, quizá no con la meticulosidad que me
imaginaba en una escena de genio malvado, pero lo hacía y eso era lo
importante.
La
primera opción por la que opté fue la de sólo ignorarlo, pero al no darme
ningún resultado aparente, sino que al contrario avivó su interés, decidí
seguirle la corriente lo cual resultó en un tira y afloja bastante divertido.
Nos
movía la emoción, la adrenalina pura de ser atrapados infraganti en cosas que
parecían de lo más simples. Nos gustaba sentarnos en la sala mientras mi madre
estaba ocupada trabajando o entretenida en un punto de cruz, quizá en un juego
del periódico, para sumergirnos cada quien en un libro.
Me gusta leer, pero con
Edward presente se hacía una tarea imposible concentrarse. Yo levantaba la
mirada y él estaba mirando en mi dirección o viceversa, así que durante horas
no era capaz de pasar del mismo renglón. Los dos éramos consientes de que
aunque nos atrapara con esas miradas coquetas mi madre no diría absolutamente nada, pero preferíamos
divertirnos con la idea de que hacerlo sería aunque sea un poquito peligroso.
Edward era fan de
hacerme reír en las situaciones que ameritaban de seriedad y, sobre todo, le
encantaba ver cómo me derretía cuando me miraba con esos ojos de niño bueno. Como es claro, yo intentaba
sostenerle la mirada, pero él siempre ganaba y yo terminaba con la vista
clavada en el suelo mientras él reía sonriendo con su característica sonrisa de
lado.
Y podrían pasar años,
pero jamás olvidaré la noche en que, muy discretamente, abrió la puerta de mi habitación
y se recostó un momento en la orilla vacía de la cama. Yo me hice la dormida.
Él lo supo casi al instante, más no me puso en evidencia, prefirió mantenerse
en silencio y hacer que me creía.
Me acarició el cabello,
lo apartó de mi cara y besó mi mejilla con tanta ternura que sentí como esta se
coloreaba mientras la comisura de mi boca luchaba por no hacerse en una
sonrisa. Di gracias al cielo que estaba oscuro.
Después de eso vino la
tremenda, y cabe mencionar espectacular, situación en que me metió un día
mientras intentaba no quemar la cocina.
Estaba vigilando unos
brownies en el horno cuando llegó por detrás y me rodeó con sus brazos por la
cintura mientras hundía el rostro en mi hombro e inhalaba profundamente.
—Me gusta como hueles
¿te lo dije ya?—susurró levemente dejando que su cálido aliento me rozara el
cuello.
Cómo es lógico no pude
más que tartamudear en respuesta y es que mi preocupación estaba más lejos de
que el postre se quemara, era el hecho de que pudiéramos tener público lo que me
mantenía alerta y completamente tensa entre sus brazos.
Era domingo y, como
buen domingo, los hermanos de mi mamá y sus hijos estaban en casa. Uno de los
sillones de la sala de estar estaba en un ángulo diferente al que normalmente
para hacer más espacio y poder sentarnos todos juntos, desde esa posición con
tan sólo echar la cabeza un poquitito hacia atrás era suficiente para ver toda
la escena que se armaba en la cocina: mi pulso acelerado y mis intentos
fallidos de deshacerme del amarre de los brazos de Edward.
Aunque, por lo visto,
Edward aun no lo consideraba lo bastante divertido.
De un momento a otro me
giró y esta vez me atrapó entre la barra y su cuerpo. Sus labios trazaron un
camino continuo desde mi frente hasta mi mandíbula, dejándome lo bastante
anonadada como para poder detenerlo cuando se propuso algo un nivel más arriba.
Se separó y volvió a
acercarse lentamente. Yo sabía lo que estaba por pasar: sus labios apresarían
los míos en un abrir y cerrar de ojos, sin permiso alguno, y no podría
detenerlo aunque quisiera hacerlo, que no era así, porque sus manos ya
aprisionaban mis muñecas en el pequeño espacio que existía entre su pecho y el
mío.
Ya no pensaba, ya no
era consciente de nada que no fuera su aliento y el mío entremezclándose como
uno sólo. Si hubiera tenido la oportunidad le hubiera rodeado el cuello con mis
manos, pero jamás pude hacerlo porque jamás llegó a besarme ese día.
Justo en el momento
épico de nuestra telenovela personal entró una de mis primas, la más pequeña, a
pedirme la cuchara del chocolate y fue eso lo que hizo que Edward se apartara
de repente. Por suerte, la niña era lo suficientemente inocente como para no
mal interpretar lo que había visto, pero, sobre todo, no le pareció lo bastante
interesante par írselo a contar a nadie.
Pero, sin duda alguna,
lo que más me gustaba, más que cualquier otra cosa de compartir el mismo techo
con Edward, eran sus conciertos nocturnos de piano. Y me encantaban porque yo
sabía que él tocaba para mí.
Cuando me disgustaba
con él, tocaba canciones melancólicas de “lo siento”; cuando solamente quería
hacerse notar, interpretaba cualquier canción lenta que pudiera ayudarme a
dormir. Incluso había compuesto una nana, nostálgica y alegre al mismo tiempo,
que tocaba solamente cuando planeaba colarse en mi habitación ya bien entrada
la noche a observarme dormir. Era como un idioma predeterminado entre nosotros:
deja la puerta sin seguro.
Poco a poco decidimos
hacer excursiones fuera de la casa sólo él y yo. Caminábamos durante horas, a
veces hablando de todo u poco y otras en completo silencio porque las palabras
no eran necesarias para ir en la misma sintonía, nos bastaba con el rítmico
vaivén de nuestras manos entrelazadas.
El día que se fue… Por
un instante se convirtió en uno de los más tristes de mi vida, no precisamente
por el hecho de no volverlo a ver, ya que vivía a dos cuadras de mi casa sino
porque ya no lo tendría las veinticuatro horas del día sólo para mí. Ahora
tendría que compartirlo con el resto del mundo y era una idea desagradable sólo
pensarlo.
Lo vi recoger sus
cosas: guardar minuciosamente su ropa dentro de las maletas; quitar su cepillo
de dientes del lugar al lado del mío; tomar su libro de partituras que dormía,
cansado de tantas noches de música, sobre mi piano.
Podría decirse que cada
movimiento que daba me entristecía cada vez más, quería tener el poder de
encerrarlo ahí conmigo para siempre. Quería escuchar su voz mientras se daba
una ducha, quería respirar su fragancia por cada rincón de la casa, quería
encontrarme con sus camisetas en el piso del baño. Lo quería, sí, lo quería a
él.
Y
esa mañana de despedida justo cuando estaba a punto de echarme a llorar en sus
brazos y suplicarle que no se fuera, me susurró al oído las palabras que
echaron a volar mi sentimiento de abandono rápidamente: Nos vemos en una hora.
Esa
tarde cuando lo vi, supe que jamás en la vida lo debería irse de nuevo así
tuviera que seguirlo hasta el fin del mundo o convertirme en su sombra, porque
él se había convertido rápidamente en mi confidente, en mi amigo, en mi
pianista favorito. Su compañía era lo que más me había hecho sentir completa,
alegre y viva en un largo tiempo. A su
lado me era imposible parar de sonreír.
Él
me levantó mientras me abrazaba dejándome sentir el delicioso calor que emanaba
su cuerpo. Al instante busqué sus labios y lo besé. Edward se congeló un
momento por la sorpresa, pero reaccionó y me devolvió el beso mientras sonreía.
Una
vez que tuve los pies en el suelo, literal y metafóricamente, pude escuchar de
su boca unas palabras que conforme se abrieron paso se fueron grabando en mi
mente.
— Es que al fin comprendiste
que es a mi lado dónde perteneces?
Así que eso era lo que
pensaba. Justo lo mismo que yo, pero él se había dado cuenda mucho antes. Chico
listo.
—Sí, por fin me ha
quedado claro—respondí y volvimos a lo nuestro.
***
¡Awww mi Edward! Lo adoro y por eso me es imposible no ser cursi cuando escribo sobre él :D
Se los dejo para que sigan comentando :)
-Cherry
awww que hermosoo!
ResponderEliminarfue tremendamente tiernooo!
arrgg me he enamorado :P
awwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww}me encanto el capitilo estuvo hermoso
ResponderEliminarescribe mas de este genero me encanta!!
besos,,,
OOHHHH!!!!! SE ACABA EL MUNDO!!!!!!!! ELII VOLVIÓ A PUBLICAR!!!! Eso se merece aplausos ;D mira que ya estaba planeando lo de la cooperativa XD Pues esta hermoso el shot, ya lo había leido... y no te enganches... tus poros desbordandan cursileria por doquier!!! ya estoy acostumbrada :D
ResponderEliminarVamos... Publica pronto... (en todos los blogs :P keke) Muy Lindo el diseño del blog *-* y la imagen de cabecera esta hermosa :D (como no, con Edward ahí) Vale.. ya dejare de decir estupideces...
Cuidate!! tkm!!
Awww!! Chicas Que Bien que les gusto!!! No saben que feliz me pongo cuando llego y 3 comentarios ^^
ResponderEliminarHERMOSO!! GRacias!!
Las Mega Quieroo ;)
Apoyo a Susan hahahahahah
ResponderEliminarMe encantooo
Wow ,enserio es hermoso este Fic
y qien no qisiera tener a Eddward en tu casa 24 horas ???
Impresionante!
Siige asiii Elii
Besos
Tkm
pd.Chupo,muerdo y mastico xD
Gracias de nuevo!!! Jajaja nada mas cuidado con a quien muerdes !!!
ResponderEliminarHola!!! xDD. YO no lo pillé...xDD. Bueno, que sepas que no es muy cursi. Está muy bien. Los he visto mucho "peores" (míos u.u). Me encantó lo de "...de cabellos cobrizos y ojos verde esmeralda...".
ResponderEliminarSIgue escribiendo, porfa!!!
Muchos Besos
Cali Axfer (del blog nubesdeverso.blogspot.com)
Q linda histórica ByCherry
ResponderEliminarK=D loves ya