Me quedo
paralizada al ver la imagen ante mis ojos. Hay cuerpos desperdigados por todas
partes, tendidos en la calle y banquetas de lo que alguna vez fue, quizá, un
fraccionamiento de gente importante. Paredes y automóviles abandonados han sido
bañados por sangre espesa que se ha empezado a secar con el sol de mediodía y
cuyo olor penetrante me produce dolor de estómago casi al instante.
La podredumbre me invade hasta la
conciencia y, de pronto, la sensación de debilidad ataca mis rodillas. ¿Qué
pude haber hecho yo por ti?
El brazo de
Garrett me rodea la cabeza, cubre su mano con la sudadera color azul que lleva
puesta y la posa delicadamente sobre mi nariz y boca dándome un descanso de
aquel olor a muerte. Mi mente se despeja casi al instante y comienzo a hacer un
gran esfuerzo por no pensar en que, mientras avanzamos hasta nuestro automóvil
del otro lado de la acera, lo que estoy
pisando son partes de un ser humano al que se le ha sido arrebatada la
vida brutalmente por mi acompañante.
Intento
controlarme y no vomitar, aunque realmente no es mucho el esfuerzo que hago
pues llevo el estómago completamente vacío y, ahora que lo pienso, debe ser eso
lo que me produce el intenso dolor de cabeza.
La noche anterior fue, sin duda,
lo peor que he pasado en mucho tiempo.
Sigo avanzando por el pavimento
de cuerpos con Garrett a mi lado durante minutos que parecen horas. El brazo
del castaño soporta la mayor parte de mi cuerpo y, al mismo tiempo, encuentra
la fuerza necesaria para seguir empujándome hacia adelante.
Una vez dentro del coche termino
de quebrarme. Iremos a casa, sí, pero sólo llegaremos dos de cuatro que salimos
la tarde anterior. No sé como lograré lidiar con las caras de William y Julian
esta noche mientras reviva su muerte una y otra vez en mi cabeza, aunque
tampoco sé como lidiaré con la fotografía mental de todas estas personas
muertas a nuestro alrededor.
—Los mataste—susurro con apenas
un hilo de voz rozando mis labios.
—No podía dejarlos llegar hasta
nosotros, Amy—contesta Garrett a mi lado luchando por maniobrar de tal manera
que no aplastáramos con la camioneta los restos de aquellas personas.
—Están enfermos, Garrett.
Enfermos, no muertos—logro responder después de un rato cuando ya vamos por la
carretera—No son lo que llamamos zombies, porque siguen vivos. Son personas
como tú y como yo, sólo están enfermos—balbuceo mientras las lágrimas me llenan
los ojos y me nublan la vista.
Repentinamente mi compañero pisa
el freno hasta el fondo y la camioneta se detiene dando algunos rugidos.
Garrett me toma el rostro y me
hace mirarlo a la cara. — Escúchame, yo le prometí a tu hermano regresarte a
casa con vida—nota que estoy por protestar y aclara: — Sana, Amy. Sana, viva y
en tus cinco sentidos, no como un vegetal. En algún momento, él me prometió lo
mismo con Jill y no voy a fallarle porque sé que él hizo lo que estuvo en sus
manos para salvarla cuando tuvo la oportunidad. —Garrett menciona a su hermana
pequeña, pero no titubea—Y si yo tengo que convertirme en un asesino serial
para cumplir mi promesa, lo haré.
En sus ojos veo que habla
completamente en serio y me siento estúpida por haberlo juzgado de tal manera,
pues él sólo planeaba salvar nuestras vidas. Después de todo ninguno pidió
vivir en el mundo brutal que nos había tocado.
—Gracias, Garrett—digo y lo veo
asentir.
Intento dormir, mis ojos y mi
cuerpo realmente lo necesitan, pero mi mente se protege de los recuerdos y me
impide hacerlo. Tomo el aparato reproductor que tengo escondido en el fondo de
la guantera y me pongo los auriculares procurando olvidarme un rato de todo lo
que ha sucedido. Casi al instante el cansancio gana sobre todo lo demás y caigo
profundamente dormida.
Me despierta la fuerza de un
brazo que me sacude levemente de un lado a otro mientras pronuncia mi nombre
suavemente como si intentara no sobresaltarme, sin embargo sigo demasiado
nerviosa y, contra sus intentos, me sobresalto dando un brinco en cuanto abro
los ojos.
—Amy—susurra de nuevo Alex—Ya me
tenías preocupado. Vamos, ayúdame porque no puedo contigo.
Me despabilo y, cuando salgo de
la camioneta, me doy cuenta que estamos en la cochera del refugio. Un lugar con
puertas reforzadas que se abren sólo desde el pequeño cuarto de control que
tenemos en la torre de vigilancia, altos techos y una cubierta que no permite salir
el ruido.
A un lado de la camioneta
blindada y de vidrios ahumados que rescatamos del abandono en un sitio cerca de
un banco están estacionadas dos líneas paralelas de coches y en el centro de la
habitación descansan varios barriles llenos hasta el tope de la gasolina que
poco a poco hemos podido rescatar.
Me tambaleo mientras camino con
Alex, quien cojea todavía de su pierna derecha, mientras a mi lado pasan
algunas personas con las cosas que hemos podido recolectar la noche anterior.
Subimos uno apoyado en el otro hasta el primer piso del refugio y nos dejamos
caer sobre uno de los muchos sofás que hay en esa habitación.
El refugio es uno de los
cuarteles impenetrables que se fabricaron en los tiempos donde la guerra había estallado y habían servido
para proteger a la población, inicialmente habían funcionado bien, pero al
correr de los días los suministros duraban más en llegar, ya que los encargados
de mantener al mundo funcionando iban cayendo poco a poco con la enfermedad.
Varias personas prefirieron salir
y vivir a su suerte antes que quedarse y observar como sus familiares morían
lentamente a causa de la deshidratación o la desnutrición. Así fue como uno a
uno todo el mundo se fue sumando a las largas listas de… enfermos.
La enfermedad se contagia por la
sangre. Cuando enfermas tu cuerpo pierde la capacidad de mantener el calor y
con el tiempo cualquier simple toque abre heridas sobre tu piel. Tus órganos se
enfrían también: tu cerebro lo hace a tal punto que quedas aturdido con un
dolor de cabeza semejante al que te da cuando comes cosas frías, pero más
fuerte; a tu corazón le es imposible llevar el mismo ritmo y se pone cada vez
más lento lo que te deja con un flujo de sangre parecido al que ocurre cuando
duras mucho tiempo en una posición y después, cuando te mueves, te acalambras.
Al paso de los días las personas
mueren por falta de alimento o su cuerpo colapsa congelado por las noches, así es como poco a
poco se ha ido acabando la población del mundo.
Mi padre era químico y luchó
durante años buscando una cura junto con sus colegas hasta que la enfermedad
tocó las puertas de su casa y mató a mi hermana Margaret, después cayó sobre mi
madre quien se aferraba a intentar ayudar a su hija menor y así terminó contagiada.
Después de eso ni a mi padre le quedaron esperanzas, así que nos subió a mi
hermano y a mí en el automóvil y nos trajo hasta el refugio. Años después, ya
anciano, enfermó de cáncer y murió con nosotros, sus hijos, a su lado.
Entierro la cara en el pecho de
Alex esperando a que comience la avalancha de preguntas sobre Will y Julian, no
sé cómo reaccionarán y por el momento no me importa. Sólo quiero silencio y una
aspirina.
Al correr de los minutos las
otras diecisiete personas que viven en el refugio terminan de vaciar la
camioneta y se reúnen a nuestro alrededor lo más tranquilos que pueden al saber
que viene una mala noticia. Garrett se deja caer en el espacio que queda en el
sofá y pasa sus manos un par de veces por mi cabello antes de aclararse la
garganta y comenzar a relatar lo que ha ocurrido. Yo abrazo a mi hermano y lo
aprieto firmemente intentando controlar mis recuerdos, pero conforme el relato
de Garrett avanza me es imposible no dejar que la noche anterior me atrape una
vez más.
Habíamos formado un grupo para salir a buscar cosas indispensables que
comenzaban a escasear en el refugio. Se escogió, como siempre, a los más
jóvenes y con mejor salud para la tarea, quedando yo como segunda elección
después de Garrett, ya que éramos de los pocos que cumplían con ambas
características.
En un principio Alex, quien se había
lastimado un tobillo en la última salida y por lo tanto quedaba fuera del
juego, se había negado por completo, pero al ver que sin mi quedaban sólo tres
para tarea se vio obligado a ceder. Ir en números pares, esa era una regla. Así
quedamos pues tres chicos, contando a Garrett, y yo.
Todo fue bien en los primeros tres pequeños establecimientos que
visitamos, estaban completamente desolados y pudimos vaciarlos casi por
completo, dejando de lado solamente las cosas que estaban caducadas o que
consideramos inútiles.
Garrett condujo un par de kilómetros
más y fue ahí donde encontramos un departamental que llamó nuestra atención. El
estacionamiento era amplio y, a la luz de la luna que comenzaba a tomar altura
en el cielo, estaba completamente despejado. A Garrett le brillaron los ojos y
automáticamente dio un giro cerrado con la camioneta para ir en dirección a
aquel pequeño tesoro.
— ¿Y si adentro está invadido?—sorteé comenzando a liberar mis hombros
de la chaqueta de cuero negro que Alex había puesto sobre mí antes de dejarme
ir aun con los ojos bañados de preocupación.
—Lo dudo, aquí hace rato que debió agotarse la comida que pueden abrir
y dudo que recuerden como usar un abrelatas—comentó Julian con quien compartía
el compartimiento de carga de la camioneta blindada.
Me encogí de hombros y, mientras el auto se detenía justo delante de
las puertas de cristal, aproveché para hacer un doble nudo en las agujetas de
mis converse, ya que correr era la única ventaja con la que contaba ante uno de
aquellos seres tan repulsivos con los que habíamos tenido que acostumbrarnos a
vivir.
Garrett, Julian y William tomaron cada uno dos mochilas vacías del
fondo de la cajuela, una o dos pistolas y un par de cartuchos; yo me limité a
llevar una mochila lo bastante amplia para llevar una buena carga, pero que no
me impidiera salir corriendo en caso de ser necesario.
Los tres chicos esperaron pacientemente a que sujetara con doble banda
mi cabello para que no me estorbara ni entorpeciera mi visión. Si por mí fuera,
lo hubiera cortado desde hace tiempo, pues intentar cuidar de él en un mundo
donde lo que menos importaba tener a mano era un champú se había convertido un
trabajo un tanto agotador. Sin embargo, Alex decía que le recordaba a mamá,
antes de la tragedia obviamente, y era ese simple hecho lo que me había hecho
mantenerlo igual de largo que siempre.
Los pisos del departamental estaban bañados en color borgoña y había
pocas cosas sobre las estanterías principales, ya que casi todo estaba abierto
y tirado en el suelo. Todo aquello era un claro vestigio del tiempo de caos,
donde todos los que salieron de los refugios enfermaron casi al mismo tiempo.
—Separémonos voy con William y ustedes dos vayan juntos—dijo Julian
cubriendo su rostro con el cuello de su camisa—Recuerden: sólo aquello que siga
cerrado—concluyó y desapareció junto a su compañero por el pasillo de
enlatados.
Escuché sus pasos alejarse y acallarse poco a poco, me sentí demasiado sola
e insegura sin ellos ahí, así que me negué a bajar la guardia y comencé a
caminar de espaldas a Garrett para que nada tuviera la oportunidad de atacarnos
por detrás.
Apenas había pasado un cuarto de hora cuando nos topamos con una
pequeña sección de fármacos, pasamos por encima del mostrador de vidrio y nos
dividimos los estantes para vaciarlos lo más rápido posible. El plan era tomar
sólo lo más importante para evitar congestionar las mochilas tan pronto, pero
con algunas cosas simplemente era demasiado débil: dulces de miel, aspirinas y,
sí, también una caja de pastillas para dormir.
—Repasa la caducidad, suelen tener mucha, pero por si las dudas. Nada
de peso muerto—susurró Garrett y regresó a su tarea del otro lado de la
estantería.
Revisé los frascos y cajas que ya tenía dentro de la mochila y después
me dediqué a terminar mi parte del trabajo al doble de velocidad.
—Quiero salir de aquí pronto—me justifiqué cuando Garrett vio que ahora
también trabajaba en su parte de medicamento.
Terminamos en la farmacia en poco menos de media hora y seguimos
adentrándonos en los pasillos tomando un poco de todos los restos.
La tienda se encontraba a
oscuras salvo por unos tramos donde había lámparas palpitantes o tenues que
habían logrado sobrevivir. Cada tanto mi pie pateaba algo en el suelo y me
sobresaltaba a tal punto que casi pudiera jurar que mi corazón se detenía por
fracciones de segundo. La sensación de ser observada me inundaba cada vez más
conforme pasaba el tiempo, poniéndome tan ansiosa que me volvía torpe en la
oscuridad.
—Busquémoslos para irnos, es suficiente—comentó Garrett a mi espalda
ajustándose la segunda mochila sobre los hombros.
—De acuerdo—susurré en respuesta temiendo que mi propio eco resonara
contra las paredes.
Nos dejamos guiar por una serie de lucecitas de donde se escuchaban los
tenues pasos de nuestros compañeros. La luz provenía de los refrigeradores
donde solían poner las carnes, pero, justo como habían predicho los chicos
antes, no había más que envoltorios por todos lados.
No supe bien que pasó en el momento siguiente, lo único que recuerdo es
escuchar un disparo, después de eso Garrett tiraba de mí para que corriera en
la misma dirección por la que habíamos aparecido unos segundos antes. Di una
leve vuelta con la cabeza antes de desaparecer por la esquina del pasillo y
pude ver cómo, uno tras otro, aquellos monstruos de mis pesadillas salían por
el cuarto de hornos que tenía la tienda para elaborar allí mismo su pan dulce.
William y Julian corrían y disparaban varios metros por detrás de
nosotros en paralelo a una serie de pasillos. Una vez que nos alejamos lo
suficiente, Garrett me arrojó entre dos estanterías y se detuvo para dar frente
a nuestros perseguidores con el arma.
Me hice un ovillo en el suelo y cubrí mis oídos sin perder contacto
visual con Garrett que se mantenía con los pies firmes sobre el suelo y
sujetaba con una mano la otra para tener mejor apoyo.
No había tiempo para quebrarse, me repetí una y otra vez hasta que me
hice a la idea de que o él los mataba o nos contagiaban a nosotros. Respiré
profundamente y rebusqué en la bolsa delantera de la mochila donde, por reglas
de seguridad, siempre había un arma extra. La tomé entre mis manos, aun
temblorosas, pero no tuve tiempo ni de quitarle el seguro pues escuché algo del
lado derecho del pasillo. Levanté la mirada y me paralicé.
Dos o tres… cosas, se aproximaban por el pasillo a gran velocidad y yo
estaba prácticamente clavada en el piso. Buscaban el calor de mi cuerpo y
posiblemente también uno de mis brazos les serviría de alimento después, no
eran seres razonables sólo funcionaban por instinto y si este les decía que
tenían hambre iban a devorar lo que tuvieran delante así fuera yo.
En el último momento, en la última fracción de segundo que tuve para
reaccionar, la adrenalina corrió tan rápido por mis venas que me obligué a
quitar el seguro, apuntar y disparar en un tiempo record. Claro, ni de lejos
dio cerca de la cabeza, pero sirvió para aturdir un poco a mi adversario más
próximo que cayó gruñendo y me regaló esos segundos que yo necesitaba para
levantarme y comenzar a huir de sus compañeros que venían unos pasos por
detrás.
Pasé junto a Garrett y lo jalé de la camisa haciendo que perdiera el
equilibrio por un momento, momento en el cual también se giró y, antes de que
yo terminara de plantarme para intentar disparar de nuevo, le dio el segundo
disparo de la noche a mi primer contrincante, quien solamente tenía un rozón en
el brazo izquierdo, y lo mató en el acto.
Me tomó por el brazo y comenzamos a correr. Literalmente corríamos por
nuestras vidas. Los escuchábamos demasiado cerca como para detenernos siquiera
a comprobarlo; casi podía sentir el frio y asqueroso aliento emanar de entre
sus labios, podía sentirlo en mi cuello.
Entonces vi lo que era nuestra posible salvación. Una puerta de metal sólido
que yacía entre abierta detrás de lo que alguna vez fue la pescadería de la
sección de alimentos de la tienda, tenía una pequeña ventana con el vidrio roto
en la parte superior que sí bien no era de lo más conveniente, pensé, era lo
bastante pequeña para no dejar entrar a nadie. Ese era el congelador y nadie
que tuviera la enfermedad iba a acercarse por mucho tiempo ahí.
Esta vez fui yo la que tomé a Garrett del brazo para guiarlo, apreté
más el paso y, automáticamente, él lo hizo también. Mi respiración estaba fuera
de control y sentía como si en vez de ir más rápido fuéramos descendiendo el
ritmo, como si fuéramos en cámara lenta, como si el mundo quisiera detenerse
para darnos tiempo.
Llegamos a la puerta y sentir el metal sobre mis dedos me supo a tocar
el cielo. Deslicé mis dedos entre la abertura y abrí el pesado bloque haciendo
fuerza. Jalé a Garrett, pero se resistió. Arrojó su cargamento dentro junto
conmigo y cerró la puerta.
Garrett comenzó a disparar a diestra y siniestra, le llevó un par de
intentos, pero finalmente logró deshacerse de los dos que me seguían desde el
pasillo. Esperó alerta un segundo, otro y otro más. Yo, desde dentro, lo tenía
sujeto firmemente por la camiseta y le suplicaba entre gemidos que entrara.
Entonces un grito agudo me recordó que era lo que él esperaba: William
y Julian.
Se me erizó la piel de todo el cuerpo y me sentí débil, sin embargo, no
solté en ningún momento su camisa, era como si el simple hecho de estar asida a
él me mantuviera de pie, como si él fuera columna que evitaba que yo me
derrumbara ante la idea de haberlos perdido.
Cerré los ojos con fuerza deseando con todo mí ser salir de aquel
sitio. Sentí ese vacío, ese vacío que llega justo antes de asimilar que algo te
falta y en ese momento fue cuando Garrett abrió la puerta y, después de echar
el doble seguro, se dejó caer al suelo junto conmigo.
Nos arrastramos hasta el lado más apartado de la puerta y en una
esquina nos encogimos juntos intentando calmar nuestras respiraciones. Él
sofocó mis pequeños chillidos contra su sudadera azul y me abrazó firmemente
mientras murmuraba entre mi cabello que todo estaría bien. Por primera vez en
mi vida, no podía creerle.
—No había nada que hacer Julian no apareció y William llevaba un
arañazo en el brazo—me dijo Garrett al oído. Fuera se escuchaban todo tipo de
cosas que hacían volar mi imaginación en las direcciones más terribles y,
después de unos segundos, me obligué a dejar de escuchar.
Afortunadamente en aquel congelador había otra salida, una puerta que
daba a la zona de descarga y así logramos salir de aquel lugar. Sin embargo, la
calma fue sólo por un momento porque el ruido que habíamos hecho con los
disparos había atraído a más y más de aquellas pesadillas. Así que antes de que
lográramos abandonar por completo el estacionamiento estábamos rodeados por
unos veinte.
Garrett se las ingenió para avanzar entre ellos y perderlos de vista
por un rato, pero sabía que iban a seguirnos y no podíamos llevarlos hasta el
refugio.
—Dejaremos la camioneta por aquí y saldremos a pie para alejarlos de
los suministros—dijo él aparcando cerca de una hilera de árboles que marcaban
el inicio de una serie de casas.
—Seremos carnada—aclaré comenzando a sentir el cuerpo temblar, pero aun
así me bajé de la camioneta y lo seguí después de tomar una mochila que me dijo
nos haría falta.
Forzamos una puerta y nos metimos en una de las elegantes propiedades,
la revisamos de pies a cabeza y movimos varios muebles para atrancar la puerta
principal y las ventanas del primer piso. Subimos las escaleras hasta el
segundo piso y después otras que estaban tras la puerta del final del pasillo
que llevaban al tejado.
Garrett abrió la pequeña maleta que yo traía entre las manos y
descubrió un arsenal completo lleno de armas y cartuchos a lo que me encogí.
—Baja si quieres, sólo no te duermas—dijo al ver mi reacción, sin
embargo no le hice caso y me dejé caer sobre el suelo abrazando todo mi cuerpo.
Poco a poco nos rodearon de nuevo, pero Garrett lo mantuvo bajo
control. No dejaba que siquiera cruzaran la línea de árboles cuando ya les
había pegado un tiro, así se me fue toda la noche contando disparos.
—Lo que más
preocupante suena es la cantidad con la que se toparon—dice Josh uno de los
mayores dentro del refugio.
—Perdimos a William y a Julian y
lo más importante es la cantidad ¡Claro!—digo con sarcasmo.
—Amy, suelen morir en las
primeras noches porque no resisten el frío que se cargan más el clima de un
invierno como este. Si ustedes se
encontraron con tantos quiere decir que se están haciendo más fuertes o más
listos y ninguna opción nos conviene, ya que esperábamos que hubiera un momento
en que la naturaleza acabara con ellos.
—O sea, esto podría empeorar—digo
y me aterro de mis propias palabras.
_____________________________________________
Bueno, antes que nada, esto es algo que comencé un día de esos pensando en lo mucho que me fascinan los zombies (no pregunten por qué.. sólo soy algo freaky) Me gusta, pero no soy muy constante con lo que escribo así que aunque no les aseguro si tendrá o, en todo caso, si podré darle una continuación a esta historia... Espero que la disfruten y me comenten :)
Besos... ::Cherry:
*Para Mariana y Ana por sus comentarios y por aguantarme en estos días*
Vos sabes que yo tambien amo a los zombies!! (y a ciertos pueblerinos de moto grande y ballesta) Me encantoooo!!!! Esta tan excelentemente redactado que me sorprende, la perfeccion y el mecanismo!
ResponderEliminarEspero con ansias el siguiente capitulo!!
P.D: en cuanto nos crucemos x messenger te cuento mi proyecto zombie :P
Sinceramente la amé, es genial, me enganchó, siguela porfís.. Dari xx :)
ResponderEliminarA mí también me gustan los zombies. jejejeje Ves la serie The Walking Dead????, sino, deberías hahaha. Bueno linda, gracias por pasarte por mi blog y comentar:D Yo también amé tu blog y tus entradas. Tienes alma de escritora;)
ResponderEliminarMuchos besitos y gracias por seguirme, yo tambien empecé a seguirte;)
http://sorbos-decafe.blogspot.com.es/
Muchos Besitos:
LUCY
pd: Acabo de crear un blog de belleza, pásate;)
http://lucysbeautysaloon.blogspot.com.es/
O.o Esta de muerte!!!! (literalmente) me encanto!!!... creo que ya me voy a encariñar con los zombitos por tu culpa!!!
ResponderEliminarVes!! Ya no puedes cortarme mis manitas porque sino luego con qué escribo... >.<
EliminarKisses GhostGirl ;D