No han pasado ni veinticuatro horas
desde el terror de la muerte me rozó la piel y aquí vamos de nuevo. Nunca he
sido buena para manejar las situaciones de pánico. El miedo suele correr por
mis venas aún más rápido que le adrenalina, así que, en cuestión de segundos,
me paraliza.
Mi respiración se vuelve un jadeo
constante y una parte de mí sigue esperando un gran impacto. Me pego contra la
pared buscando desesperada un punto de apoyo mientras siento cómo mi mente
intenta digerir la idea, cómo, poco a poco, me recorre escalofrío por todo el
cuerpo.
Siento que pasan los minutos,
pero no estoy segura, ni del tiempo ni de nada, y la incertidumbre va haciendo
estragos en mi mente inventando las mil y una formas en que todo esto podría
terminar. Casi puedo escuchar la música de fondo que acompañaría este patético
final, ese que todos nos hemos imaginado, pero que nadie realmente espera
vivir.
Cierro los ojos con fuerza.
Necesito calmarme.
Encuentro cierta fuerza dentro de
mí, me tambaleo un poco, pero logro ponerme de pie. Siento que el cuerpo me
falla, que estoy un poco menos de lo normal.
Bajo la mirada porque no quiero
ver por la ventana de nuevo, pero no importa porque puedo escucharlos. Ha
pasado suficiente tiempo y han llegado a la puerta principal, puedo escuchar
sus brazos estrellándose contra el liso metal y a sus putrefactas uñas
recorrerlo para hacerme saber que están ahí, esperándome.
Mis manos aún tiemblan y mi
corazón sigue intentando ganar una carrera de velocidad inexistente, pero
mínimamente logro salir de la torre.
Tomo un pequeño descanso mientras
intento dejar de hiperventilar.
—Te ves patética—enuncia una voz
rasgando el silencio, pero yo permanezco inmóvil intentando controlarme—Amy, no
conseguirán entrar. Venga, que todos están buscándote.
No me hace falta girarme para
saber de quién proviene esa voz frívola, pero hay algo en sus palabras que
logra calmarme por completo.
—No pueden entrar—repito en un
susurro y dejo que esa idea me invada por completo hasta que logro creerme a mi
misma.
—Deberías dejar de ser
tan…débil—comenta la chica y me hace remplazar el miedo por la rabia casi de
inmediato.
Soane es una chica joven,
dieciséis años recién cumplidos, y es también una de las personas con quien
menos tolero estar. La chica ha sido forjada en un mundo cruel, lo entiendo,
pero su mirada va más allá de la frialdad, es cómo si se hubiera resignado a
todo, cómo si nada realmente pudiera perturbarla. Una parte de mí la odia
porque sé que tiene razón respecto a mí: soy débil mentalmente. Hay un lado de
mí que no logra resignarse, una parte que me grita que por más que sea esta mi
realidad no debería aceptarla, porque esto no debería estar pasando y porque es
normal tener miedo.
—Claro, sí me dices cómo estaría encantada—respondo
sarcásticamente.
—Puedes ser irónica, pero no
puedes lidiar con un poco de presión porque colapsas. Suena muy
lógico— contraataca copiando mi tono de voz.
Aprieto la mandíbula porque, de
nuevo, no quiero darle la razón que sé que tiene y continuamos caminando en
completo silencio hasta que estamos en la sala de los sillones.
Soane se deja caer en un mullido diván
y hace ademán de querer volver a dormir; Jesse, con sus cortos doce años, del
otro lado de la habitación, hunde su cabeza temeroso en el cabello desaliñado
de Helen; Alex está sentado junto a Garrett en una esquina, ambos llamándome a
señas para que no interrumpa el debate que está tomando lugar allí mismo.
Josh discute con Mark y Gabrielle
al mismo tiempo, ahí todos tienen diferentes posturas sobre lo que hay que hacer y, a pesar de no querer
escuchar nada, me veo obligada a intentar prestar atención al rumbo que está
tomando la conversación.
—O sea, sólo hay dos
opciones:—alega Mark—podemos quedarnos aquí, ya que estamos seguros y sabemos
que no pueden entrar, nos acabamos las provisiones y luego huimos como ratones
asustados cuando no haya más remedio. Por otro lado, podríamos empacar todo y
salir de aquí con la oportunidad de sobrevivir con las provisiones por un
tiempo mientras buscamos otro lugar.
—Exacto—lo segunda Graham, un
hombre bien parecido que debe estar rondando los treinta y cinco, y con quien
nunca he intercambiado más que palabras necesarias—Este lugar está jodido.
Esas… cosas, sienten el calor humano aquí dentro y ténganlo por seguro que no
se van a mover.
—Pero allá afuera puede no haber
nada o puede que esté peor que lo que dejamos aquí. Si están sobreviviendo,
puede que hayamos dado en el blanco y se estén fortaleciendo ¿Entonces
qué?—contrataca Gabrielle y repentinamente pienso en ella como mi mejor amiga.
—Pues los viejos no podemos huir,
eso lo saben, así que igual nos quedaremos aquí. Por otro lado están Giselle y
Alex que no están en condiciones de correr de una horda de…zombies—comenta
Helen y todos nos extrañamos por el término usado, ya que hemos estado
acostumbrándonos a no llamarlos así.
—Alex se lastimó cuando salió de
aquí por causa nuestra, nadie piensa en dejarlo. Helen tú eres como una madre
para todos, así que dejarte atrás no está en los planes—responde Zachary y la
anciana se encoje de hombros. Para todos es más que claro a quién están dejando
fuera.
—Salir será lo mejor—dice Josh
rompiendo el silencio y atrayendo la atención de todos—Marco tiene razón, no
podemos quedarnos aquí acorralados.
Hay un par de discusiones más y
al final se acuerda que se repartirán equitativamente las provisiones, quien
quiera irse que lo haga y quien quisiera morir aquí también estaría en su
derecho.
Después cada quién va en una dirección
diferente para prepararlo todo.
Ante tal decisión no soy capaz
más que de abrazarme a Alex, quien pasa su mano por mi cabello para
tranquilizarme. Sé que ni Alex ni Garrett van a dejar que me quede, y sé que tampoco
se van a resignar a quedarse conmigo. Ellos funcionan por instinto y lo que
piensa uno lo piensa el otro también: sobrevivir.
Alex permanece sentado por
órdenes del resto del grupo mientras que Garrett me lleva a buscar mis cosas.
Veo las habitaciones que jamás
llegué a considerar un hogar, y sé que realmente ése término ha quedado
completamente borrado de mi diccionario para siempre. Entonces me pregunto qué
sentido tiene todo esto, huir de algo que tarde o temprano terminará por
atraparte o atrapar a alguien que quieres, por qué no terminar con todo de una
vez y simplemente dejar atrás este mundo sin futuro.
—Tienes que ser fuerte,
Amy—susurra Garrett en mi oído en cuanto termino de recoger lo más
indispensable de mi habitación.
—Haré lo mejor posible—respondo y
me esfuerzo por sonreír para tranquilizarlo, pero pareciera que él sabe lo que
ha pasado por mi mente hace algunos instantes.
Caminamos por el pasillo y nos
terminamos topando con Giselle. El día que conocí a Giselle recuerdo que un
dejo de envidia pasó por mi mente y es que esa chica lo tenía todo: porte de
modelo, juventud, y una mirada resplandeciente y positiva que te daba cierta calma,
pero esta mujer no es ni la sombra de aquella. Me da pena por ella y no me
resisto a preguntarle sí puedo ayudarle con sus cosas.
—No te preocupes, Amy, yo no voy.
— ¡¿Cómo?!—exclamo y me sorprendo
de mi efusividad.
—No creo soportar un
viaje—responde pasando sus manos por su vientre y veo como sus ojos se opacan.
Entonces caigo en cuenta de la
gravedad de sus palabras y de que es justo lo que yo había estado pensando:
darme por vencida sin siquiera intentarlo.
—No vas a quedarte, Giselle—digo
dándome cuenta de que dejarla hacerlo sería como ser cómplice de una muerte,
bueno de dos—Ven, vamos por tus cosas.
No le dejo siquiera tiempo para
replicar, le doy mi pequeño bolso a Garrett y guío a la embarazada a su
habitación. Ella cede con facilidad a mis intentos de ayudarla y me deja
empaquetar lo más indispensable aunque a su mirada no llega nunca la esperanza.
Una vez que terminamos con el equipaje la guio
al salón de los sillones, dónde al vernos entrar Alex levanta la mirada
sorprendido. Le digo a Giselle que se siente con mi hermano en lo que Garrett y
yo bajamos a ayudar con los automóviles.
Terminamos justo cuando la mañana
asoma por el horizonte, los pequeños rayos de sol comienzan a acariciar la
tierra, algo que a los seres que rodean el refugio parece encantarles. A mí, en
sí, me dan miedo, no repulsión ni pena, sólo miedo y ése miedo es suficiente
para intentar convencerme de que la seguridad de este lugar se ha desvanecido
para siempre.
Finalmente, ante el reto de tener
que enfrentarse a la muerte cara a cara, todos se deciden a dejar atrás la vida
segura que nos proporcionaron alguna vez las cuatro paredes que nos rodean. Y
es ahí, cuando todos parecíamos dispuestos a abandonar aquel lugar e intentar
buscar una nueva forma de vivir, cuando surge un pequeño gran problema. ¿Quién
abriría las puertas estando todos en los autos?
Como método de seguridad, las
puertas del refugio pueden abrirse solamente desde la torre de vigilancia.
Entonces, cuando logramos asimilar esto, es que nos damos cuenta de que alguien
tendrá por fuerza que quedarse. Pero ¿quién? ¿Quién tendrá que hacer tal
sacrificio?
En automático me abrazo de mi
hermano por enésima vez en la noche, realmente es lo que más temo: perder lo
único de mi familia que me queda.
—Yo lo haré—dice una mano
levantándose débil, pero decidida.
—Giselle, no tienes que…—me
apresuro a intervenir.
—Amy, quiero hacerlo. Hay cosas
que no pretendo que puedas entender, pero yo no quiero traer al mundo un niño
que estará condenado desde su primer día de vida. Sería una crueldad.
Nadie se opone, nadie deja salir
ni un sonido.
—Garrett, llévate a Amy y promete
que la cuidarás.
No logro entender mucho después
de eso, sólo caigo en cuenta de que los brazos de Garrett me toman por la cintura
llevándome en dirección a la cochera antes de que nadie más pueda reaccionar. Entonces
la noticia me cae como agua fría: Alex, mi hermano, se queda.
Comienzo a gritar, no soy consciente de lo
alto que lo hago hasta que mi voz forma un eco en las paredes de la habitación.
Me estremezco y lucho por deshacerme del amarre que Garrett impone sobre mi
cuerpo. El chico lucha contra mi desesperación
y se las ingenia para mantenerme bien sujeta mientras en el resto del
grupo comienzan a dispersarse miradas de decepción y pena.
En ese momento que escucho las
palabras que acaban de destruir mi realidad y romper en pedazos diminutos e
irreparables mi, ya de por sí, ultrajado corazón. Mi vida se vuelve
irreconocible, como si hubiera estado viviendo en una fantasía, en un
espectáculo donde de repente todo sale mal y se encienden las luces.
—Lo siento, Amy—se disculpa Alex
y dejo de gritar un segundo para escucharlo—Pero no puedo irme sabiendo que…
que condené a mi hijo.
Cae el telón y no hay aplausos.
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*Para Susan: Susy, (muere de enojo eso va por lo de hace rato) gracias por haber leído este capítulo y darme tu critica constructiva aunque no te gusten los zombies T.q.m*
Oh my... Cástor! (Esto es para Pamela que estará leyendo esto en minutos y quiero que le pese la consciencia) Me tardé mucho con este capítulo, pero si les soy sincera lo hice como cuatro veces y no me gustaba. Ahora creo que está mejor, ojalá lo disfruten.
Les dejo la foto de Soane (que, por si les interesa saber, es la viva voz de mi sarcasmo) y también un gran abrazo zombistico porque resulta que estamos en 72 seguidores y eso me pone feliz, además están por facebook y eso me fascina.
¡Los amo!
~ByCherry~