jueves, 12 de agosto de 2010

Inmortalmente TUYO


        Camina intranquila de un lado a otro, se recarga cansada sobre el marco de la puerta principal y comienza a zapatear sobre el suelo intentando calmarse. Observa el cielo oscurecido, respira profundamente y, finalmente, termina escapando de las luces y el sonido.
         Él le había prometido que iría, se lo había jurado y él siempre, desde que se conocían, había cumplido con sus promesas.
            Ella continúa deambulando por el perímetro de aquel lugar y termina por encontrarse con un kiosco iluminado por sin fin de decoraciones. Romántico, pero solitario. Perfecto.
            La tristeza había caído sobre ella, persiguiéndola hasta en sus sueños, como ya era costumbre. Era algo extraño, casi inexplicable. Lo tenía a él, pero aquellas horas por la noche estaban comenzando a parecerle insuficientes.
            Un clima horrible y frío sin sus brazos firmes rodeándote podían convertirse en una excusa perfecta para un pensamiento gris.
            Ella levanta su vista hasta la luna y la contempla fascinada por la claridad de su brillo, parece que la luz no tiene intensión de coexistir con la oscuridad de la noche así que se limita a imponer sobre el cielo. Aquella será la misma luna que él contempla donde quiera que se encuentre en ese momento.
            —Hola—escucha ella a sus espaldas y automáticamente una sonrisa le surca el rostro— ¿Por qué tan sola?
            —La puntualidad no es tu mejor cualidad—afirma ella con un tono firme, pero sin dejar que aquella frialdad llegue a opacar sus ojos.
—Ni la paciencia la tuya—contraataca él mientras sus brazos forman una prisión alrededor de ella.
La chica da una media vuelta para quedar frente a frente con él, lo que provoca un roce leve que le esparce un hormigueo sobre la piel.
Lo examina cuidadosamente intentando no perderse ningún detalle. Aun cuando en el cielo persiste el brillo de la luna, su cabello conserva ese color negro intenso al igual que sus ojos penetrantes; sus labios, dulces al tacto, hacen de él un deleite a la vista para cualquier chica.
Él se mantiene quieto y le sostiene la mirada, porque, después de todo, son sus ojos los únicos que pueden ver cada centímetro de su interior con sólo desearlo. Es su mirada la única que puede congelarlo y volverlo a la vida justo al mismo tiempo.
Sin pedir permiso, él la estrecha contra su cuerpo y la hace balancearse de un lado a otro al ritmo de una melodía que suena de fondo. Así, tan cerca el uno del otro el mundo puede colapsar el mundo si quiere y, aun así, nada podría ir mal.
Ella hunde la cabeza con ternura en su pecho y respira profundamente su aroma mientras escucha el rítmico latido de su corazón. Disfrutando el uno del otro pueden querer pasar las horas, pero el tiempo, ellos podrían detenerlo.
—Debo irme—susurra él tan lentamente que su voz se combina con el sonido del viento como su fueran en una misma sintonía. Sin embargo, ella lo escucha y respira profundamente intentando contener el sentimiento que la invade de nuevo.
—Duele—contesta ella después de un momento que se hace eterno—Duele cuando te vas ¿lo sabías?
—Lo siento—se disculpa él y siente esa punzada amarga dentro de sí, porque, aunque ella lo dude, él daría la vida por no verla jamás sufrir.
Ella nota la sinceridad en su voz y el sentimiento de culpa pasa a inundarla también, pero no es suficiente para detenerla, para contener sus palabras que salen incontrolables de entre sus labios.
—Quédate. Sólo por esta noche, sólo por una vez, no te esfumes como si fueras un sueño. No me dejes deseando jamás despertar de nuevo.
—Te lo he dicho antes, es…
— ¿Peligroso?—sugiere ella—No lo creo. Si lo fuera, a estas alturas algo hubiera pasado. ¿Tengo o no razón?
—No, no la tienes sólo te la he prestado. Igualmente no puedo bajar la guardia, no ahora. Pero por otro lado, te propongo un trato—concluye él poniéndola alerta.
— ¿Qué clase de trato?—cuestiona ella intentando que la curiosidad no desborde sus palabras.
—Pues—comienza él acortando la distancia entre ambos y ajustando su tono de voz—Si me dejas ir ahora, te prometo que nos veremos mañana—sonríe dejando claro su talento persuasivo.
—Qué interesante. Jamás apareces por las mañanas.
—Entonces, mañana será—dice él comenzando a despedirse, sin embargo ella lo detiene tomándolo por la manga del saco.
—Sigo sin querer que te vayas.
Él se detiene en seco, gira hacia ella atravesándola con esos ojos encantadores que la hacían olvidarse de su nombre. Ella intenta apartar la mirada y mantener la concentración, pero ya es muy tarde porque está siendo controlada por esa sonrisa… por esos ojos negros.
—No lo hagas—suplica siendo lo  único que se siente capaz de decir.
—Tengo que hacerlo, sino nunca vas a dejarme ir—responde él y en su voz puede notarse la melancolía.
—Damon…—él la silencia regalándole un beso. Muy tarde, muy tarde para decir nada.

Ella despierta muy temprano por la mañana, se siente algo extraña, pero eso era, sin duda, efecto secundario de caer en el abismo de aquellos orbes negros. Se levanta y va directamente al espejo donde observa que aún tiene puesto el vestido color perla de la noche anterior, su cabello sigue perfecto y sí, ahí está todavía clavada esa sonrisa que sólo él podía dejarle.
—Fue real—se dice a sí misma, lo cual ya se le ha hecho costumbre.
Continua con la rutina con ánimo, pues tiene la esperanza de que podrá verlo. Se propone abandonar la casa cuando, al abrir la puerta, ve a un chico de cabellos cobrizos sentado leyendo un libro en su pórtico. Está tan tranquilo que a ella no le cuesta interrumpir, parece como si él estuviera ahí esperándola.
Él se gira hacia ella y le dedica una sonrisa torcida deslumbrándola por completo.
—Buen día, dormilona—saluda a lo que ella sólo puede responder abriendo más los ojos—Te lo dije, es diferente.
—Como otra persona—concluye ella forzando las palabras para salir de entre sus labios—Pero tú… él… ustedes—intenta conjeturar aun algo aturdida.
Él pone los ojos en blanco y se levantó dando algunos pasos decididos hacia ella.
—Dime Edward—dice estirando la mano en su dirección, pero no en signo de saludo, sino para que ella entrelace sus dedos con los de él.
—Susan—responde y, a pesar de que es como si apenas fuesen dos completos extraños, acepta su mano.
Ella lo mira y no sabe por qué, pero sabe que le cree, que en alguna parte de esos ojos verdes había unos negros, que en aquellos cabellos cobrizos se escondían unos oscuros y que detrás de esa sonrisa torcida que había logrado deslumbrarla estaba esa que le hacía olvidar su nombre. Día y noche, sol y luna, yin y yang, tantas cosas para explicarlo, pensó ella, y sin embargo, por más que le daba vueltas al asunto no lograba más que sonarle cada vez menos lógico.
Sarcástico y tierno, sensual y romántico. Dos partes de un todo, dos todos de un algo coexistiendo en un mismo ser. Pero lo más importante: ambos suyos.
— ¿Qué tanto me miras?—pregunta él de una manera cariñosa mientras entierra su rostro en el largo cabello de ella.
—Pues, pensaba en la perfección de la situación—se sincera.
Él hace una expresión que ella no logra entender. ¿Pesar? ¿No le gustaba todo esto? ¿No pensaba también que esto era perfecto? Sin barreras separándolos, sin ese secreto en medio de los dos. Sin límites de tiempo.
—Tengo miedo ¿sabes?—confiesa él y ella nota cómo sus ojos se opacan ligeramente—Quizá sea algo estúpido, pero tengo miedo de que lo quieras a él más que a mí. Somos diferentes, pero al final de cuentas somos el mismo. Es… es… es una estupidez.—admite encogiéndose de hombros para restarle importancia.
—No, digo, no a las dos cosas. No es una estupidez, nada de lo que puedas sentir lo es y no, no voy a quererlo más que a ti. Digo, en el fondo sé que son el mismo, pero yo… ¡Diablos! Es más difícil explicarlo que sentirlo.
—No tienes porque intentar explicarlo, te entiendo—él se inclinó para besarle y en ella despertó una sensación de euforia inexplicable. Simplemente le costaba imaginarse a alguien más feliz en ese momento.
Ella se sentía completa. No más vacío, no más pesadez: él le pertenecía.
Una sonrisa se extiende por su rostro al pensar en esa última idea.
—Inmortalmente tuyo—responde él como si le hubiera leído el pensamiento. 

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12/ Agosto/ 2010
Susan: Eres una gran persona y espero que nunca cambies por nada ni por nadie. Me encanta escribir contigo AELDS porque tienes una gran imaginación y sé que llegarás lejos en lo que sea que te propongas. 
Nunca dejes de soñar porque eso es parte de lo que tú eres.
Un placer encontrarme contigo en el maravilloso mundo de los blogs
Tqm, Eli
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 08/Sep/2012
Bueno, ese shot está oficialmente actualizado y bueno, con Susan las cosas no han cambiado: sigo pensando que es genialosa y que estoy encantada de haberla conocido...! :D Y qué es una de las mejores personas que he conocido jamás. 
Atte. Cherry 
P.d: ¡Cómo pasa el tiempo!